La gente se suele extrañar cuando
les digo que me gusta viajar sola. Mi entorno ya se va acostumbrando, pero en
algunas de las caras aún veo un ligero
gesto que significa algo así como; La pobre, no tiene con quién viajar. Y no es
cierto, nada más alejado de la realidad. Pero al igual que no me gusta compartir
un plato de spaghettis, entiendo que para ir de tapas es mejor hacerlo en
compañía.
Un ejemplo: Cuando quise ir a
Laponia; ver la casa de Papa Noel, montar en trineo, ir en moto de nieve… Tenía
claro que no era un viaje para hacer sola. Es un viaje para hacer en grupo, en
familia, y así lo hice, con amigos. Cuando he ido a Nueva York, Grecia, México… Lo he hecho sola, y no porque no hubiera
personas dispuestas a acompañarme, sino porque creo que a todos nos viene bien
estar solos de vez en cuando. Pensar en tus cosas, ir a tu ritmo, tener tiempo
y espacio para hablar con los de al lado aunque no los conozcas, marcar tu
propio horario a tu propio ritmo, y disfrutar con cosas que tal vez sólo a ti te interesen.
Una práctica que me resulta muy
divertida es imaginarme las historias que en algunos casos sé que se hacen de
mí después del típico, Ah! ¿Pero viajas sola? A lo que he aprendido a contestar
con un escueto y tajante, si. Eso da pie a que la imaginación se dispare y que
yo me divierta aún más viendo sus reacciones. En el último viaje, en una
excursión en barco por Hiydra y Poros, unas señoras que compartían mesa pero
poco dialogo, después de la pregunta no pararon de hablar, así que además de
divertirme les generé a ellas un motivo de unión.
Aunque hablemos de igualdad,
desgraciadamente aún o por lo menos yo lo hago, cuando viajo tengo en cuenta
que soy mujer, y que depende del lugar en el que me encuentre, puedo ser más
vulnerable. Por esta razón me he creado mi propio código de conducta, que al
menos por ahora, me ha ido bien y no me supone ningún esfuerzo: No suelo
quedarme hasta muy tarde en la calle (total, suelo estar cansada después de
todo el día fuera), no bebo nada de alcohol, sólo utilizo taxis oficiales, y aunque habitualmente no tengo problemas con
la alimentación, el agua la tomo embotellada y si pido una limonada que sea con
agua mineral. Al pasaporte le hago una fotocopia que llevo siempre conmigo, la
original se queda en el hotel a buen recaudo.
Si voy desde otro destino y no he tenido que pasar ningún control, al
llegar llamo a la embajada o al consulado dando mis datos. No supone nada difícil
de hacer y no está de más que ellos sepan que estás por el lugar, nunca se
sabe. Si viajo por zona sísmica procuro tener en la puerta de la habitación del
hotel, un kit básico con copia de mi documentación, un cargador del móvil, algo
de dinero, una linterna y una radio
pequeña con pilas de repuesto. Algunos
respecto a este punto me dicen que soy un poco exagerada, pero la verdad no me
cuesta nada tenerlo hecho, ocupa muy poco espacio, y cuando viajas sola,
inicialmente tu eres tu única protección. Además es iluso pensar que no va a
temblar sólo porque tú estés allí.
Viajar sola tiene muchísimas
ventajas, en compañía también, así que como todo en la vida mejor ir alternado
en función del momento.